lunes, 14 de marzo de 2011

Próxima estación con parada...

Hoy me ha ocurrido algo raro. Una de esas cosas que te hacen pensar en ti mismo, en tu futuro. Aunque, a decir verdad, muy rápido lo he olvidado. Tal es la cosa que apenas lo recuerdo.
El caso es que había llegado yo, puntual como siempre, a mi lugar de entrenamiento (uno de tantos lugares donde ejercemos), y allí estaban ellos, haciendo compañía al único jugador de mi equipo que ha llegado antes que yo.
Ellos no pasaban de 10 años. La mayoría, incluso, no llegaban ni a 8. Jugaban varios partidos en una misma pista. Recuerdo haber contado más de 3 balones.
Luego, han pasado los minutos y mis (permitirme utilizar este pronombre a lo largo de la entrada) jugadores, impuntuales en su gran mayoría, como siempre, venían con cuentagotas, hasta que finalmente han llegado todos y han procedido al calentamiento. Dos vueltas rápidas a un parque (aproximadamente unos 500 metros haciendo footing; unos 2 minutos).
Unos 2 minutos aproximadamente. Un espacio temporal extremadamente corto en el que pueden pasar cosas que quizás recuerdes para toda tu vida.
El propósito de mi entrada no creo que sea de esas cosas, aunque sí ha sido una historia que merece estar escrita, por todo lo que significa: mis jugadores habían empezado a correr. Los niños seguían jugando y yo embobado mirándolos. De repente, uno, de los más pequeños se ha tirado a pegarle a otro, casualmente de los más grandes (aunque en realidad creo que tenían la misma edad, solo que había bastante diferencia en altura). Yo me he quedado sorprendido y mis oídos no han podido evitar escuchar la maldita frase: "ya no soy tu amigo", que el pequeñito le ha dedicado al grande.
Tras un minuto de los dos en los que he estado observándolos, he podido averiguar que el motivo de la ruptura de amistad había sido la negativa del jugador grande, que jugaba muy bien, a ir en el equipo del pequeñito.
La escena conmovedora seguía (pasaba ya 1 minuto y 30 segundos) y el niño agresor lloraba en la orilla de la pista llamando a su mamá. Mis jugadores ya estaban viniendo y les he gritado que se pusiesen a hacer un rondo con el balón. Yo quería enterarme mejor de la pelea.
Después, solo recuerdo lo siguiente: "Mamá, es que Cristobal es el mejor porque su papá es entrenador". Inmediatamente a mi cabeza han venido imágenes futuras. Os podéis imaginar de qué.
El entrenamiento ha seguido su curso, y casualidades de la vida, un balonazo en la entrepierna (digno de Hans Topo) me ha hecho volver a recordar al niño y su llanto por asumir su inferioridad.
Por todo eso, lo he decidido y me bajo en la siguiente: Bucarest.

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