“¿A Marruecos? ¡Tú estás loco!”
Cuando me dijeron que había sido seleccionado para ir a Tánger como voluntario, no le di demasiada importancia a lo que iba a encontrarme allí. Estaba en estado de éxtasis, de alegría máxima.
Fue poco después cuando comencé a pensar en todo lo que podía cambiarme: mi forma de pensar, de actuar, incluso de ser. A decir verdad no ha sido del todo así.
El día 9 de julio, cuando cerré con llave la puerta de mi casa, sabía que no iba a volver a abrirla hasta, por lo menos, un mes después. Recuerdo que se me olvidó el aparato de dientes.
El verano ya olía diferente. Hasta ese momento no había hecho casi nada. Estudiar un poco e ir a la playa un par de veces (me encanta esta expresión).
Bueno, el día pasó lentísimo. Mil y una horas en autobús, apenas hablando con dos o tres, me hacían presagiar un comienzo duro de voluntariado. Y esto sí fue así del todo.
Una vez pasado el calvario del transporte, llegamos al país vecino, donde todo es tan igual, pero a la vez tan diferente… Tan igual pero tan diferente. Seguro que no soy el primero en calificarlo así.
Me refiero a que Marruecos, bueno, puntualizo: Tánger, es una ciudad costera, turística. Tiene un puerto y un paseo marítimo a la altura de Benidorm, con sus discotecas en la orilla, sus hoteles a pie de playa… Por otro lado está el zoco, una catedral católica, los parajes naturales, los innumerables retratos del Rey, el respeto, la pobreza, la mendicidad, la cultura, la droga, la solidaridad, el agradecimiento, la Policía sin armas, la comida, la venta ambulante y las gentes. Sobre todo la gente.
Allí el azar se deja al azar. Parece que nada esté escrito. La gente vive la vida, su vida, de forma diferente. El estrés proviene de otro tipo de cosas. La felicidad es el pan de cada día. Felicidad por cosas que aquí no tienen importancia.
No quiero decir que todo sea bueno. No es el país de la piruleta como decía Homer, pero lo último que me apetece ahora mismo es pensar en cosas malas de Marruecos. Tengo un excelente recuerdo y de momento no quiero cambiarlo.
Si antes de ir a Tánger te interesas un poco por la ciudad, sabrías que hay unas cuevas de Hércules donde se ve la silueta de África al revés, un punto donde colisionan el océano atlántico y el mar Mediterráneo, un bosque, un grandísimo palacio real, un boulevard que puede muscularte los gemelos en apenas un mes, u otros lugares para recordar durante toda la vida.
Todo eso pasaría si te informas un poco. Yo no lo hice.
No sabía qué iba a hacer exactamente allí. Las dos reuniones anteriores al viaje no me sirvieron de mucha información, aunque sí tenía una idea.
Iba a dar clase. ¿De qué? ¿A quién? Era una incógnita. Uno X y otro Y. X se resolvió el primer día, Y el tercero.
El viaje siempre es un experiencia que debe de cambiar al individuo. Si no ocurre eso, no importa a donde vayas, realmente no habrás salido de tu hogar. Si sientes que tu viaje te ha cambiado aunque sólo sea un poco, me alegro por ti. Si no...
ResponderEliminarPero por otro lado, no deja de ser triste. Aunque vayas mil veces a Tánger, ya no será lo mismo. Como decían , uno nunca se puede bañar dos veces en el mismo río. Ya se sabe: viajar es perder países.