lunes, 12 de septiembre de 2011

Saint John

Nassau es la capital de Las Bahamas, San Juan de Puerto Rico, mientras que su traducción al inglés es la capital de una isla mucho más pequeña de Las Pequeñas Antillas: Antigua y Barbuda.
Esto no viene al caso con lo que quiero contar, pero quería ponerlo, por aquello de las tentaciones... Recuerda que eres como una cueva en la que poder acampar. La movida es que para llegar a esa cueva hay que escalar la montaña. Y eso, querido o querida, no es nada pero que nada fácil. Así eres tú.

"Cuentan por ahí que hubo una vez un Buscador de la Verdad. Este buscador (déjenme nombrarlo en minúscula) salió a los caminos del mundo que él conocía, cuando en uno de los cruces de ese mundo, vio a sus hermanos y los interrogó:

—Decidme, ¿cuál es la verdad?, dijo el buscador.
—Tienes que buscar la filosofía —respondieron los hermanos filósofos.
—No -gritaron los hermanos políticos—. La verdad está en el servicio.
—Entra a las iglesias y catedrales —le aseguraron los hermanos clérigos.
—Sin duda, la verdad es la sabiduría —declararon los hermanos sabios, que cada vez que hablaban era como si el pan subiese 5 céntimos de euro.
—Obedece y cumple las leyes —cuchichearon los hermanos gobernantes.
—Sé quien eres —cantaron los hermanos esoteristas.
—Vive los placeres —aconsejaron los hermanos epicúreos.
—Únete a nosotros. Venceremos —le vocearon los revolucionarios.
—La verdad es un mito, creo —respondieron los escépticos.
—El pasado, querido hermano, es la única verdad —lloraron los nostálgicos.

Entonces, confundido el buscador se cayó sobre el polvo del camino, mientras los hermanos se alejaban cantando y reivindicando su verdad. La que cada uno profería.

Mientras éstos se iban, un venerable anciano que portaba un refulgente diamante pasó muy cerca del buscador adrede para entablar una conversación con él (ya conocemos la edad anciana y lo que les gusta hablar).
— ¿Quién eres?, preguntó el buscador de la verdad.
Y el anciano, sin realizar una pequeña mueca, contestó:
—Yo soy el guardián de la verdad.
—¿La Verdad? ¿Es que existe?, pecó de inocencia otra vez nuestro protagonista.
El anciano sonrió y aproximando la grandiosa joya que portaba en su dedo anular de la mano izquierda sobre el rostro del buscador, replicó:
—La verdad, como este tesoro, tiene mil caras. A cada uno corresponde averiguar cuál le toca."

Y en ésa estamos...

Y en ésas estoy.

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