jueves, 6 de octubre de 2011

Con constancia y perseverancia se consigue lo que quieres


Había una vez una bruja que se llamaba Suerte. Era muy mala. Malísima, y además era envidiosa, caprichosa y egoísta. La pobre tenía todos los adjetivos malos (era muy fea también).
Su día a día se resumía en hacer daño. Nadie la quería y ella cada vez que hacia algo era malo. Dañina como ella sola. Los ciudadanos de la aldea en la que vivía esta bruja se querían esconder siempre de ella, pero no siempre lo conseguían.
Una noche cualquiera, un preadolescente lleno de vitalidad llegó a la aldea. Era muy de noche y no había nadie por la calle. Nadie excepto ella. Al verla, no hizo ni una mueca y siguió su camino, por lo que Suerte, confusa al no imponer temor a ese joven, le preguntó:
- ¿Dónde osas ir a estas horas, joven? ¿Es que no tienes miedo de vagar por la calle tan tarde?
- Voy buscando a una bruja-respondió el preadolescente-. La llaman la Buena Suerte.
- Jajaja -rio la bruja- Yo soy ésa a la que buscas, aunque te has equivocado de nombre. Soy la Mala Suerte.
- Creo, querida bruja, que te equivocas tú. Yo busco a la Buena Suerte.
Suerte era una bruja que siempre estaba sola, y estaba convencida de que no existía otra bruja como ella en toda la zona. Por lo que insistió:
- Te digo que tienes que estar buscándome a mí. A la Mala Suerte. Soy la única bruja del lugar.
- ¿Es que estás sorda? -replicó el chico- ¿Me has escuchado decir Mala en algún momento? ¡Yo busco a la Buena Suerte!
La bruja ya estaba un poco molesta, pero seguía en sus trece. Lo malo es que el joven también seguía en las suyas. Así que Suerte decidió investigar un poco sobre el asunto:
- ¿La has visto alguna vez? ¿Cómo piensas reconocerla? - preguntó.
- Pues es muy fácil. Es la Buena Suerte. Hace cosas buenas. Ayuda a los demás.
- Vaya tontería. Yo también puedo hacer cosas buenas- respondió la bruja-. ¡Mira!
Y al decir eso, convirtió una serpiente en una dulce manzana, y se la dio al preadolescente.
- No es solo eso. La Buena Suerte cuida a los que van a buscarla.
- ¡Pero yo también! - protestó la bruja, al tiempo que golpeaba el hombro del joven para apartar un escorpión que estaba a punto de clavarle su aguijón.
No conseguían aclararse y se estaba haciendo de día ya. Discutían y discutían sobre el mismo tema una y otra vez. Los dos eran muy cabezones.
Suerte intentaba convencerlo y para ello hizo cosas inimaginables en su persona: le hizo encontrar un lingote de oro, hizo pasar por allí a la joven que le gustaba a él, encontró un árbol con mucha fruta en un momento en el que el preadolescente tenía mucha hambre...
Al hacerse de día, el joven dijo:
- Casi me has convencido, pero hay una cosa que no me cuadra. La Buena Suerte siempre espera a los que la buscan. Siempre está ahí. Y tú no.
- Esto.... Prometo que yo también lo haré. Vuelve mañana a buscarme - se delató la bruja.
Y aunque la bruja siguió haciendo de las suyas, cada noche iba a esperar al joven. A veces cambiaban de sitio, o de forma física, o de ánimo, o de color, o de voz, pero siempre estaba allí, esperando al joven. Y también hacía lo propio con quienes se atrevían a salir a buscarla, para quienes reservaba sus mejores cuidados y regalos.
Ahora se ha quitado el prenombre de Mala. La nombran Suerte a secas y ya nadie le tiene miedo en el pueblo.

Voy a hacer un diccionario. Un diccionario adaptado a mis necesidades. Ya os lo enseñaré letra por letra. Mañana empiezo.

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