“Vivo. Sueño. Muero, vivo y vuelvo a soñar. Casi siempre vivo.” Hamlet a su lado es una simple copia de El Rey León. Nunca al revés. Sus uñas huelen cual flor arrancada de la laurisilva. “Perdona mi tecnicismo. Digo que para soñar hay que vivir, pero antes hay que morir.”
Bosques que reflejan en sus gotas de sudor la Luna; pantallas que hacen lo propio. Sin sudor, claro está, pero siempre con reflejo. “¡Ay si hablase el Sol...! En tal caso, mi sombrero tendría miedo.” Ayer me lo dijo. Me lo gritó y después me lo susurró. Era su coartada para indicarme su vivencia.
“Quizá con bigote se ve la vida desde otro lado. Sobre todo si es muy largo. Como el sobretodo de aquel señor. ¡Cuán elegante se sentía!”. Le daba igual tocar que no. Iba para escritor, la guitarra no era lo suyo. La lástima es que la escritura tampoco. Estaba perdido como los chorros de agua que caían de mi terraza el día que llovía. Él los tiraba siendo consciente de que se perderían. Pero no perdía la razón. Ni la conciencia. Ni la fe. Ni la sapiencia de que aquello le llevaría al infierno.
Carlos se llamaba, medía un metro y noventa y ocho centímetros. Se dice pronto y se escribe un poco más lento. Pero no veas lo alto que era. Murió, vivió y soñó. En ese orden. Antes estaba vivo, pero él no lo sabía.
Era un borracho. Eso sí lo sabía, y de primera mano. Nadie había tenido que decírselo. Se sentía orgulloso y se mofaba de aquellos que se mofaban de él. Ciento cuarenta y seis de coeficiente se lo permitían. “¡Cuánta inteligencia desperdiciada!”, aclamaba por las noches.
Murió, después de haber renacido y soñado, y a su lado creció una flor azul. Sus últimas palabras fueron dignas de ser oídas, o como el prefería, de ser leídas. No las escribió, pero las dijo. “Vivo. Sueño. Muero, vivo y vuelvo a soñar. Casi siempre vivo.”
Hoy doy gracias. Mañana también. Pasado llámenme y pregunten.
No hay comentarios:
Publicar un comentario