miércoles, 23 de noviembre de 2011

Con el vientre desorientado

Hace una semana aproximadamente que tengo bigote. Un bigote aproximadamente igual de largo que una mosca. Me gusta. Me siento mejor conmigo mismo y todo, aunque no quiero hacerlo algo de mí. Solo hasta Navidad. Ni siquiera hasta año nuevo, fecha aproximada en la que los cambios de look son el pan de cada día. Me parece mucho tiempo. Quizá me lo quite antes. Todo dependerá de cómo se porte.

Hace aproximadamente dos días que un tipo con bigote y más perilla que Tacó (¡Oh! Dichoso Tacó) se ha convertido en el presidente de un Gobierno español en el que, además de representarse a sí mismos, lo hacen para un tercio de la población española. Bueno, rectifico, para la mitad de la población española. No quiero dejar de lado el papel del otro: uno con bigote y perilla y el otro idem pero calvo. Más igualitos a mí que Tacó.

Ojalá yo tuviese los ojos de uno y las orejas de otro. Siempre desde un nivel aproximado. Oiría perfectamente y no vería absolutamente nada. Lo que no quiero es el habla de uno ni las gesticulaciones de otro. Eso sí que me parece mal. Un insulto a mi ser. A saber que les he hecho yo a ellos. Por ahí no paso.

Hace tiempo de reír. Soleado pero con lluvia, aproximadamente. Hace tiempo de salir a ver el Sol. Y la Luna. Y la Luna. Y la Luna. Siempre tan místicos y tan desfavorables en el trato humano. Aproximadamente poseen el valor de las veces que he escrito. Como el Euro y la Peseta. Como uno y otro y Yo. Siempre valores aproximados. No quiero desprestigiarme a mí mismo, y ni mucho menos a la Luna.

No sé si mañana me afeitaré, pero en cualquier caso prefiero vivir con la incógnita. Creo que soy más feliz si permanezco al tanto de todo pero me hago el tonto. Más tonto que Tacó.

Sevilla, allí voy. Allá vamos.

Perdonen que haya nombrado a uno y a otro en minúscula y a Tacó en mayúscula. Ya sabéis por quién me decanto.

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