miércoles, 11 de abril de 2012

No me sentí tan relajado y despreocupado desde que hice el turno de guardia en Pearl Harbour

"No sufras Prometeo", me dice siempre que la veo. Me molesta, más que nada, porque aún no se ha aprendido mi nombre. Pero bueno, no puedo enfadarme con ella.

Todo lo indeterminado bulle en el inconsciente y, cuando acaba, llega la muerte de las ilusiones. Despierto boca arriba sobre el techo y, como si de una película de Lars Von Trier se tratase, caigo con impulso sobre el suelo, colisionándome, fusionándome con todo su dramatismo, con todo lo grotesco, lo triste, lo ridículo, lo absurdo. Las paredes se mofan de mí, pero la banda sonora eres tú y por tu boca salen Sí bemoles que rebotan en la habitación, haciéndolas sollozar. Y yo carcajeo estridentemente rompiendo el sonido, resquebrajando los espejos, explotando la habitación.

Asomo mi cabeza por la ventana y veo que el cielo vuela por encima de mi pensamiento y musito: “Cada día me da pereza amarte un poco menos”. Y recuerdo que se me olvidó olvidarte.

Y vuelvo... Y ya no existe la habitación. No quedan paredes, no hay espejos, ni techo, ni suelo... En la intemperie con el tiempo. Ese gran chivato cabrón.

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