Te niego lo que hago. Te niego lo que no hago, si hace falta. Pero también te afirmo. Afirmo esto, lo otro, aquello. Lo que me hace fuerte, lo que me hace débil. Afirmo lo innegable y, por supuesto, lo irreal. Afirmo tanto que he perdido mi capacidad de crítica. Pero también niego. Niego cuanto puedo. Todo lo que no está a mi alcance. Pero en la negación nunca miento. Negar la verdad es de cobardes, y yo bastante tengo con correr.
Por lo tanto, niego, y no afirmo, que esta nueva ocupación que me mantendrá más tiempo del deseado a plena disposición, y eso sí es una afirmación, me gusta. Lo niego. ¡Cómo iba a pensar algo diferente! Es de locos. Recuerden que tengo una vocación. O apréndanlo si nunca se lo dije. Pero así es. Y así será. Afirmo estar contento; niego estar triste.
¡Y pensar que medimos el tiempo partiendo desde el día nefasto en que se inicia este destino tan fatal: desde el primer día del cristianismo! ¿Por qué no ha de empezarse a contar desde el último? Por ejemplo desde hoy... ¡Transmutación de todos los valores!
Por lo tanto, niego, y no afirmo, que esta nueva ocupación que me mantendrá más tiempo del deseado a plena disposición, y eso sí es una afirmación, me gusta. Lo niego. ¡Cómo iba a pensar algo diferente! Es de locos. Recuerden que tengo una vocación. O apréndanlo si nunca se lo dije. Pero así es. Y así será. Afirmo estar contento; niego estar triste.
¡Y pensar que medimos el tiempo partiendo desde el día nefasto en que se inicia este destino tan fatal: desde el primer día del cristianismo! ¿Por qué no ha de empezarse a contar desde el último? Por ejemplo desde hoy... ¡Transmutación de todos los valores!
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