lunes, 24 de febrero de 2014

Las ovejas negras cambiaremos el mundo

Yo también fui de los que se cabreó. Y mucho. De hecho, en cuanto salió uno de los protagonistas (el que hacía de Iñaki Gabilondo) diciendo que él entendería que la gente que nos lo creímos quisiésemos pegarle fuego, cambié de canal.
Me interesaba ese partido... Pero el cabreo se fue pasando (también por el abultado marcador) y volví a ver qué me decían otra vez esos tres individuos y la señora de pelo blanco.
Poco a poco, y gracias a una conversación que tuve con determinadas personas en una aplicación determinada (que por cierto me caduca hoy), fui entrando en el debate. ¿Era mentira realmente?
Me acuerdo cuando estudié la Guerra de los Mundos, de Orson Welles. Ya me parecía un poco idiota que se pudiese creer semejante barbaridad. “Yo no me lo hubiese creído”, decía.
Pero como decía Sabina, esta vez el idiota era yo, y con otros idiotas, fuimos discutiendo. Mi cabeza tenía varios frentes abiertos. Estaba en un no parar de pensamiento: Esto, aquello y lo otro.
Me centro en esto... Pues eso, las ovejas negras cambiarán el mundo. Cada uno somos una oveja negra. Todos lo hemos sido en algún momento y todos nos sentimos tal. Un estudio revelaba que la sociedad española es “histérica”. Individualmente no lo somos. La guerra de los mundos no nos la hubiésemos tragado nadie, sin embargo esto...
En conjunto cambia la película. Quizás no ande tan desencaminado el estudio y lo seamos. En conjunto, ya digo.
Las ovejas negras anduvimos durante toda una hora por donde nos decía un profeta. Si él decía blanco, era blanco. Y fue blanco durante 60 minutos, 3600 segundos.
Al final se convirtió en negro. Y todos pensamos que fue negro.
¿No sería lógico de una oveja negra pensar, aunque contradigamos a nuestro color natural, que si alguien dijo que era negro, en realidad fuese blanco?
Me explico: Todos sabemos que nos engañan. Que cualquier letra, sonido radiofónico o imagen televisiva es partidista y esta fundamentada en un ideal. Sin embargo seguimos creyendo. Pero en cuanto nos dicen que eso es mentira, tal y como ya sabemos, maldecimos. Nos cabreamos y, en algunos casos, incluso dejamos de leer, oír o ver.

Pasadas 20 horas y algunos minutos desde que empezó el espectáculo, no tengo más que decir.

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