viernes, 24 de junio de 2011

Buenas noches, bienvenidas...

Buenas noches, bienvenidas a la entrada número 33 de Silencio al por mayor.
Al llevar 33, ese número que asusta en cualquier ámbito, quería que ésta fuese especial. Al estilo de lo que se suele hacer en televisión cuando se cumplen cifras importantes. Es decir, un recordatorio.
Pero cualquiera que haya leído una sola de las 32 anteriores sabrá, de sobra (siempre me ha gustado decir esas dos palabras juntas, pero creo que es la primera vez que las escribo. Cuando las escriba 33 veces haré algo especial) que estas entradas no tienen nada que ver con lo que se pueda leer en otros lugares. Y mucho menos con lo que se pueda ver por televisión. Así que no haré ese recordatorio. Al menos como tal.
La gente normal no destacamos en mucho. Solemos pasar desapercibidas. Igual que los blogs normales. Igual que las letras que componen El maletero de Edipo y el nombre de su autor, que no siendo más que un simple proyecto de persona, consigue encauzar a quien se ponga por su lado hacia la más oscura trampa de sus palabras.
Por todo ello, creo que esto está pasando de marrón a negro, y también creo que tengo el porqué:
Él lo hacía todo a sabiendas de lo que se le venía encima. Estaba pendiente de ella cuando el que se iba era él; estaba pendiente de avisarnos para que todo se quedara correctamente cuando no estuviese; era consciente perfectamente de cuándo iba a realizar ese viaje impuesto. Obligado.
Yo creo que sabía que llevaba 32 entradas. Y eso que solo leyó una que le dediqué no hace mucho. Me gustaría que pudiese leer ésta. Es lo que más me gustaría en este mundo, pero como casi siempre, lo que más deseamos es lo más imposible.
Permítanme que le nombre. Bueno, mejor que le nombre por su inicial: J.
J. es la décima letra del abecedario latino. J. es un baile. J. es todo.
Él trabajó durante toda su vida, como han hecho la gran mayoría de las de su edad. Siempre allí, en su campo. Se iba por la mañana y volvía al mediodía. Comía (siempre con una riña hacia mi persona porque me dejaba más alimento del que me echaban) y se volvía a ir.
Así hasta los setenta y muchos años. Día tras día. Lloviese, hiciese un calor (perdón por la expresión) de la hostia, o el tiempo acompañase a esa actividad. Todos los días del mundo. El campo era su vida. ¡Vaya que si lo era!
J. había vencido a miles de inconvenientes en 80 años. De todos salía vencedor y con goleada. Excepto cuando corría detrás de él. Siempre lo hacía rabiar justo después de comer, y ése era el momento preciso para quitarse el cinturón de su pantalón y mostrar la punta de velocidad que poseía. Aún así nunca lo pillaba y eso me provocaba una sonrisa día tras día.
"El alpargate y la cacatúa son púas sin cabeza". No le faltaba razón ahí tampoco.
Fue un hombre sabio. Muy comedido de sus palabras cuando hablaba con alguien querido. Con pensamientos un poco anticuados. Pero muy sabio.
J., la entrada número 33 va para ti.

2 comentarios:

  1. Enhorabuena por tus 100. Y muy bonita la dedicatoria...

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  2. Genial... Me siento afortunada (o afortunado, eso creo que lo sabes bien tú ;) ) de haber leído las 99 entradas anteriores. No abandones tu rinconcito personal, es especial, como tú.

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