Acabo de enviarle un mensaje a mis amigos diciéndole, de una manera muy ambigua, lo que les quiero.
No trato de desprestigiar a la gente que no lo ha recibido. Ni mucho menos.
Tampoco quería hacer de esto el tema principal de la entrada. Solo comentarlo. Con eso es suficiente. Y ya lo he tachado de mi lista de tareas pendientes.
Últimamente he cogido carrerilla en esa lista, aunque aún quedan bastantes cosas. Tanto de mi vida tinerfeña como de mi vida en general.
Siempre me ha gustado decir en general cuando especificaba algo. En plan contradicción, o no. Queda bien. Mucho mejor que decir "la otra" o "lo demás". Dónde va a parar.
En otro orden de cosas, quisiera que leyeran este cuento que dice mucho de todo. Se puede aplicar a cualquier persona y cualquier ámbito. Yo lo conozco desde hace tiempo y siempre que me pasa algo malo, y por supuesto, algo bueno, pienso en él.
"Se trata de la historia de un niño. Un niño aparentemente normal pero que no podía dormir. Nunca dormía.
Resulta que, puesto que no dormía, todo lo que imaginaba eran ilusiones. Como todos sabemos, las ilusiones surgen cuando estamos despiertos; los sueños, cuando dormimos.
O al menos creemos que es así.
A decir verdad, esto era así hasta que surgió una terrible tragedia: Como el niño no dormía, el sueño estaba enfadado y quería desbancar a la ilusión de su cabeza. Para ello estuvo esperando día y noche, noche y día para que aquél pegara una cabezada. No daba resultado la espera.
Debido a esto, las ilusiones se reían de los sueños. Aseguraban que nunca iban a entrar en ese niño. Era suyo, afirmaban.
Le decían a los sueños que eran mucho más fuertes ellas y que se fuesen en busca de otros niños. Pero los sueños, encabezonados, no querían ceder. Y allí estaban siempre, al acecho.
El día que entraran en él, no volverían a salir, comentaban.
Un día ocurrió esa tragedia que antes comentaba. Pasó que las ilusiones, cansadas de estar todo el día en el niño, decidieron darse un respiro. Los sueños aprovecharon y entraron. No se les escapaba una.
Ambos bandos entraron en una gran pelea. Se puede decir que fue una pelea a muerte. Una especie de colonización. El que ganara sería el jefe, el máximo exponente de la imaginación. Los sueños estaban más descansados y vencieron.
Desde ese momento, éstos cogieron las riendas y ahora eran ellos quienes se reían de los otros. Los vacilaban. Habían vencido en la guerra.
Lo que no se esperaban los sueños era la última ofensiva de las ilusiones. Venían a por todas y no les importaba el precio.
La pelea fue grandiosa. Golpes aquí y allá. Algunos llevaban hasta pistolas. Fue un desastre máximo. Ambos bandos perdieron. Todos acabaron debilitados. Tanto que se disolvieron en pequeñas estrellas.
Desde ese día ambas partes dejaron de saber a qué bando pertenecían y se mezclaban sin compasión. Todo era un jaleo.
Y de ahí viene la tragedia: el niño, y por consiguiente (ya que los sueños e ilusiones quedaron destrozados) todos los demás seres confundimos los sueños con las ilusiones.
Soñamos despiertos, y lo más impactante de todo es que soñamos con nuestras ilusiones"
Échenle la culpa de esto a Joseph Merrick. Su biografía, que leí anoche, tiene la culpa de este rollo.
En la siguiente entrada prometo algo más de emoción carnal. Perdonen las molestias.
Genial, como siempre... :)
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