Supongamos que nunca digo la verdad. Supongamos que, además, he omitido demasiada información relevante. Supongamos también que evito hablar de cosas importantes. Y, por último, supongamos que, en consecuencia y de manera lógica, no me crees.
No queda más para empezar. Desde hace unos años a ahora he intentado escribir todo lo que iba surgiendo en esta gran cosa ovalada y grande a la que los demás llaman cabeza. La mía. A mí me gusta llamarla de otra manera mucho más sexual. Como si mi cuerpo entero fuese un pene. Me resulta más interesante hacerlo así.
Me guío por lo interesante. Me atrae más que la belleza o la simpatía. Llámame raro, pero no a la cara. Interesante puede ser cualquier cosa: una serie, un deporte, un libro, una persona, un lugar, una canción, un objeto... Es una palabra encantadora, y su sonido me recuerda al más perfecto tema musical de mi grupo favorito. Una pena que en sus álbumes no exista esa palabra. Podrían hacerla mágica.
Mis padres, con más o menos acierto, siempre han querido aconsejarme, aunque no recuerdo bien si el refrán que da título a estas oraciones construídas de una manera un tanto peculiar, salieron de alguna de sus bocas. Me gusta pensar que sí. Total, de ellos ha dependido mi educación y el ser como soy: Tan despreciable que puedo llegar a parecer interesante.
Pero nada más lejos de la realidad. Supongamos ahora, de nuevo, todo lo dicho en el primer párrafo. ¿Lo creéis? Me parecería normal que no lo hicierais. Más que nada por un tema de principios. La educación a la que he hecho mención os lo podría impedir, aunque en lo más profundo de vuestro pensamiento sabéis que llevo razón.
Me gusta desahogarme, sobre todo si cuando lo hago estoy sintiendo la aprobación de otro de mis consejeros (alguien que en algún momento de su vida me dijo algo que cambiaría la mía). Quizás esta vez no llegue a tal extremo, pues se trata de un consejo que no creo que aplique muchas veces.
Esta noche he soñado con tres personas. Las tres se conocían, y al menos dos lo hacen en el mundo de los ojos abiertos. Me tengo que perdonar porque no recuerdo a la tercera persona. Solo sé que yo tocaba mi guitarra, extremadamente bien, por cierto; que el primero estaba con su flauta; que el segundo tarareaba mientras ponía el ritmo acústico a la melodía; que el tercero, el cual no recuerdo, nos miraba como si no nos quisiera.
"Si te arrepientes de algo, que sea de lo que no has dicho o hecho", me dijo.
Es interesante. Casi todo lo aprendí de ti. Y de ti. Y de ti. Y de ti...
Mi currículum no merece la pena. Sigamos suponiendo que nunca digo ni he dicho la verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario